jueves, 17 de noviembre de 2011

EL RESCATE DE TAO Y SUS PRIMEROS MESES DE VIDA

Hola gentecilla, vaya rasca eh?
He estado resfriada porque dormía en el salón y por las noches parecía estar dirmiendo al raso. Un frío de narices, pero esta gentecilla reaccionó a tiempo y ahora duermo en el despacho de marta, porque una noche dormí con ellos, la que estaba malita, y me porté bien, pero dos noches después me enviaron a las 6 de la mañana al despacho porque no paraba mucho.
Ahora duermo más calentita y con el rascador grande para mí sola, ja!!!!!!
Me dieron vibracina por si acaso era rebrote del herpes virus pero no, era un trancacillo que medio contagié a Tao que estornudó algunas veces, aunque los dos estamos ya bien.
Os voy a transcribir unos comentarios que puso Elena, la amiga de Jose que rescató a Tao, dando su versión de los hechos de autos. Creo que es importante y como seguro que casi nadie lee los comentarios, porque están como escondidos, los saco yo a la luz. Ahí va:
"Elena - la culpable dijo...
He aquí mi versión, como culpable del asunto:
Era domingo, y yo acababa de entrar a trabajar en un turno nuevo de fin de semana con gente que no conocía. En un descansito antes de comer, abrimos una ventana y oí el inconfundible maullidito de un cachorro de gato. "No lo estás oyendo", me dije. "No es un gatito, es una cotorra, verdad¿? Es una cotorra, no es un gatito, no es un gatito, cotorra cotorra cotorra".
A la hora de comer, fui por la parte trasera del edificio hacia el comedor para fumarme un cigarrito y un periódico para entretenerme mientras comía. Ventajas del tabaco: la ruta natural hacia el comedor era por dentro del edificio, así que si hubiera seguido ese camino, no habría podido volver a oírlo. "Miáh! Miáh! Miáh!", y con el diablillo diciéndome al oído que me iba a meter en un follón y el angelito diciéndome que mejor lo buscaba ahora y no luego, que como no lo encontrase cuando volviese (porque iba a volver, eso lo sabíamos el angelito, el diablillo y servidora) iba a ser un disgusto, me puse a buscar.Ese día yo no tenía coche; al terminar el turno tenía que irme a casa en la ruta de la empresa, y al día siguiente tenía que irme a Valencia en tren. En casa de mi madre, donde me estaba quedando, no estaban permitidos los animales (y cualquiera le discute a mi madre), así que mi radio de acción quedaba bastante limitado. Pero busqué el origen del maullidito. Y en lo alto de unas escaleras de piedra que llevaban a un generador eléctrico de emergencia, lo vi.
Estaba hecho una pelotilla negra de mocos y mierda. Sólo se le veían los dientecillos blancos cuando abría la boca para lanzar su llamada, "Miáh! Miáh!", al borde del penúltimo escalón. No sé cómo habría llegado allí, porque no era capaz de ver, y la naricilla era una costra continua de mocos amarillos. Pero oír sí que oía, sí. Le llamé y se quiso tirar del escalón, pero llegué a tiempo, y entonces estrenó el nombre: Velcro. Sacó uñas por todas partes y trepó por mis mangas hasta que dio con mi pecho, y allí se quedó, haciendo ese sonido de motorcillo diésel que es el ronroneo de los cachorros.
A ver quién era el guapo que le decía que no. Lo envolví en el periódico que llevaba, por aquello de la higiene y de la discreción, aunque protestó bastante, y volví a entrar en el edificio hasta mi despacho. Allí me vio entrar mi compañera, con un periódico en las manos que decía "Miáh!", y tras sobreponerse de la estupefacción inicial, me ayudó a buscar una caja grande donde pudiera quedarse discretamente hasta el final del turno. Le fabriqué una cama con periódicos viejos y salí corriendo a comer, pues le tenía que dar el relevo a mi compañera.
Reconozco que esa tarde no trabajé gran cosa. Pronto el pequeñajo se quedó dormido, con ese abandono absoluto de los cachorros muy pequeños, bebió, no quiso comer y se me tiró de los brazos hacia el vacío en un par de ocasiones (con el consiguiente aterrizaje accidentado). Genio y figura, sí señor.
Pero el problema era qué hacía yo con él, sin coche, sin posibilidad de transportarlo y tan malísimo como estaba. La rinotraqueitis era evidente, y la clamidia en los ojos era aterradora; le lavé los ojos con papel higiénico y agua templada, y vi que al menos uno lo conservaba. El otro estaba tan inflamado de pus que no me atreví casi a tocarlo. Así que pensé en gente que estuviera cerca físicamente de donde yo estaba.
La primera era mi amiga Nuria, gran gatera y con un corazón mayor que su casa, lo que le ha llevado a tener overbooking gateril. Pero tenía coche y sabía qué veterinarios había abiertos por la zona. La llamé y me dijo que contara con ella, pero que como se conoce, prefería que el pequeño Velcro no pasara por su casa, o corría serio riesgo de aumentar la ya muy abundante plantilla. Yo únicamente necesitaba a alguien que acogiera al enano hasta el viernes, cuando yo volvería de Valencia con mi coche y ya vería cómo hacerme cargo de él.
Y entonces, vi a Ozeluí conectado en el gtalk, y una musa vino y me susurró al oído: díselo. Sin pensarlo ni un momento, le conté la papeleta y le aseguré (en aquel momento, sinceramente) que sólo era una acogida de cinco días, que el pequeño estaba muy malísimo para pasar otra noche a la intemperie (lo cual era totalmente cierto) y que era una solución de emergencia (esto también era verdad). Y a pesar de las reticencias iniciales, claudicó.
Al salir del turno, Nuria nos recogió al enano, a mí y a Jose, por ese orden, y fuimos volando al veterinario, quien dijo que probablemente el pequeñajo había perdido un ojo. Con ojo o sin ojo, ese gato no volvía a la calle de ninguna de las maneras, así que le dijimos que hiciera las curas necesarias y que esa piltrafilla gatuna saldría adelante por lo que a nosotros concernía. Con buenos había dao.
Así se hizo, pues. Había que darle medicamentos y limpiarle los ojitos cinco veces al día, así que Jose y yo comenzamos la custodia compartida. Yo me lo llevaba entre semana, que tenía tiempo, y Jose se lo quedaba los fines de semana, cuando yo trabajaba. Y ese tiempo lo aprovechó el enano para camelarnos. Salieron un par de adoptantes que no cuajaron, pues les echaba para atrás la posibilidad de que la vista le quedase tocada; la clamidia tardó en remitir y había dejado como recuerdo un tenue velo blanco sobre los ojos del pequeñajo. Nosotros los rechazamos a ellos por chungos, faltaría más. Y mientras tanto, el pequeño Velcro dejaba de ser tan pequeño, hizo intentos de pasar a ser un gato blanco (se ve en alguno de los vídeos, nos tenía alucinados), se curaba, crecía, engordaba y nos enamoraba.
Hasta que un día, llamé a Jose para quedar con él para hacer el acostumbrado trasvase de custodia de todos los lunes, y me dijo (no sin unas cuantas vueltas de disculpa) que no hacía falta que fuera, que Velcro ahora se llamaba Tao y que de casa no lo sacaba ni la Guardia Civil. Y yo, que había tanteado en casa la posibilidad de quedárnoslo y me había encontrado con una rotunda negativa, me reí a carcajadas, porque me parecía el final más feliz que podía tener la historia.
Alguna vez he ido a verlo, al muy mihura, y no parece acordarse de mí. Pero me encanta verlo tan guapísimo, con su media luna blanca en la barriga y su rabo de pantera, y sus dos ojazos amarillos, con un velo apenas perceptible y su visión perfecta.
Porque yo sí me acuerdo de él.
16 de noviembre de 2011 10:50"

Bueno, pues muchas gracias por tu aportación Elena.
Tao sí se acuerda de tí. Es miedica y se esconde pero alguna vez me ha contado cómo llegaste a casa, porque a veces hacemos concursos de quién tiene la historia más perra, y se acuerda perfectamente de quién le salvó la vida. Palabra de enanosis!!
Un abrazo gente!!!!!!!!!!!!!!
Hoy no hay fotos ni videos, ea.

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